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OPINIÓN | La muerte de un tirano

Nota del editor: Carlos Alberto Montaner es escritor, periodista y colaborador de CNN. Sus columnas se publican en decenas de diarios de España, Estados Unidos y América Latina. Montaner es, además, vicepresidente de la Internacional Liberal. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.

(CNN Español) — Rafael Leónidas Trujillo fue asesinado hace casi 60 años, el 30 de mayo de 1961. Vale la pena recordar la fecha. Su gobierno es considerado una de las tiranías más sangrientas de América Latina. El personaje todavía sigue gravitando sobre la isla. El Jefe –como le llamaban sus partidarios–, se disponía a acudir a San Cristóbal, la ciudad en la que nació. Lo mató un comando que viajaba en tres automóviles y entre los involucrados estuvieron Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá y Luis Manuel Cáceres.

Medio centenar de personas sabía del complot, pero los dispuestos a dispararle a Trujillo fueron once. Sin embargo, solo siete acudieron a la cita por lo precipitado del evento. Todos, por supuesto, tenían vínculos pasados con el dictador. Todos le debían favores y, sobre todo, humillaciones. Todos habían pasado por ese calvario.

De las once personas involucradas solo sobrevivieron dos, pues todas fueron perseguidas: Antonio Imbert Barreras, quien participó del atentado y Luis Amiama Tió, que hubiese participado si le hubieran avisado con tiempo. Ambos fueron investidos generales por el presidente Joaquín Balaguer, un genio de la supervivencia política.

El primero se escondió, muy discretamente, en el consulado italiano, al extremo de que el embajador no sabía que Antonio Imbert Barreras, el hombre más buscado en aquel momento por la Policía dominicana, era su huésped. El segundo tuvo la protección de un matrimonio amigo que lo escondió en su casa, tras una falsa pared, dentro de un armario. Ambos salieron de sus escondites a los seis meses, cuando la familia Trujillo se había marchado a Europa.

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¿Fue Trujillo enteramente malo para los dominicanos? Fue un dictador sanguinario de los que no tienen excusa, tal vez el más sanguinario de todos los dictadores latinoamericanos del siglo XX, pero, a base de miedo, organizó el país y lo desarrolló en el aspecto económico, no sin quedarse con buena parte de estos ingresos. Se convirtió en una de las personas más ricas del planeta adquiriendo a precio de saldo los negocios más suculentos de República Dominicana, y luego explotándolos en régimen de monopolio.

Al margen de ser el primer capitalista del país, varios de sus contemporáneos cuentan que también era el primer amante de República Dominicana. De manera que las esposas y las hijas de algunos de sus ministros, o de otros funcionarios, aceptaban que el Jefe tuviera acceso carnal a las mujeres que le apetecían, como relata Mario Vargas Llosa en esa espléndida novela titulada La fiesta del chivo, basada en el atentado que le costó la vida a Trujillo.

Hasta ahí lo que se sabe. Lo que no se sabe, o se sabe mal, es que Estados Unidos, tras haberlo formado y elegido, tenía la peor opinión de Rafael Leónidas Trujillo. Varios libros que documentan el episodio relatan que la CIA sabía que se iba a producir un atentado porque estaba en contacto con uno de los complotados, Antonio de la Maza, al que le suministraron algunas armas de fuego por medio del agente Lorenzo D. Berry (Wimpys), quien poseía un acogedor supermercado en el país.

Cuatro años antes, en 1957, Trujillo había hecho asesinar a Octavio de la Maza, hermano de Antonio, piloto civil. Fue “suicidado” en una celda del servicio secreto dominicano, acusado de haber desaparecido a Gerald Lester Murphy, piloto estadounidense que habría estado involucrado en el secuestro de Jesús de Galíndez, un profesor vasco de la Universidad de Columbia, exiliado en Nueva York, autor de un libro que indignó al dictador: La era de Trujillo. Como Galíndez y Murphy habían desaparecido (probablemente tiraron los cadáveres a los tiburones), Octavio dejó una carta autoinculpatoria que el FBI, tras examinarla, declaró “apócrifa”.

Primero, el presidente Ike Eisenhower, al final de su mandato, trató el secuestro como una agresión y afrenta a la soberanía estadounidense.

Su hermano Milton Eisenhower, un eminente académico, presidente de una universidad prestigiosa, podría haber influido en hacerle ver el peligro que corría cualquier estadounidense si Trujillo secuestraba a un profesor de la Universidad de Columbia en pleno Nueva York y lo llevaba a República Dominicana para asesinarlo y desaparecer el cadáver.

Luego, durante la presidencia de John F. Kennedy y a petición de la OEA, instigada por Rómulo Betancourt, se retiró el embajador de EE.UU. en Santo Domingo tras un atentado contra Betancourt orquestado por Trujillo, en el que resultó herido el entonces presidente de Venezuela.

Trujillo cambió las alianzas y se acercó a Cuba. El 17 de abril de 1961 se produjo la invasión de bahía de Cochinos, pocas semanas antes del atentado. Fidel temía que Trujillo ordenara un ataque aéreo contra Santiago de Cuba. ¿Por qué? En 1947 amenazó con hacerlo si desembarcaban los expedicionarios de Cayo Confites. Fidel estaba entre ellos. Apenas tenía 21 años, pero recordaba muy bien ese episodio.

Lo que menos quería Harry Truman, presidente de Estados Unidos en ese momento, era una guerra en el Caribe. El jefe del Ejército cubano, Genovevo Pérez Dámera, fue invitado a Washington y le explicaron la situación. Tras su regreso a Cuba, la expedición fue abortada.

Pero estábamos en 1961 y se ha documentado que había un pacto entre Trujillo y Fidel Castro.

La noche del atentado (o ajusticiamiento, depende de la perspectiva) el auto de Trujillo era conducido por el capitán Zacarías de la Cruz, su chófer, quien resultaría gravemente herido.

Muerto el dictador, poco después desapareció la dictadura de 31 años. Dejó tras de sí un rastro de sangre y audacia ilimitada.

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