De la IA a Venezuela: por qué 2026 es un año clave para el poder global
Análisis por Brett H. McGurk, CNN
Hace un año esta semana, Joe Biden era presidente. Yo estaba en Doha, Qatar, negociando con Israel y Hamas para finalizar un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes.
El equipo entrante de Trump colaboró estrechamente con nosotros, una inusual muestra de imparcialidad para liberar rehenes y poner fin a una guerra. Parece que fue hace una década. Mucho puede pasar en un año, como lo ha demostrado 2025.
Hoy, Estados Unidos cuenta con la mayor concentración militar en el Caribe desde la crisis de los misiles de Cuba.
Enviados rusos participan en encuentros en Miami para discutir una nueva propuesta de alto el fuego para Ucrania, mientras el presidente Vladimir Putin continúa intensificando la guerra contra el país europeo.
Estados Unidos designó a un general de tres estrellas en Israel para supervisar un alto el fuego en Gaza tras bombardear Irán durante el verano.
El presidente Donald Trump planea una cumbre en Beijing que podría determinar el destino de Taiwán, así como nuestra competencia con China en los campos de las tecnologías avanzadas y la inteligencia artificial.
Este año que ha pasado se sintió más transformacional que transicional, y 2026 se perfila como un año decisivo, con múltiples puntos de inflexión en la agenda global.
Vamos a desglosarlo, con siete cuestiones que seguiré de cerca:
La administración Trump ha desplegado la mayor armada en el Caribe y el Atlántico occidental desde el apogeo de la Guerra Fría.
Esta fuerza incluye un grupo de ataque de portaviones, múltiples destructores, fuerzas de asalto anfibio, bombarderos furtivos y unidades de operaciones especiales.
El objetivo aún no está claro, pero las fuerzas estadounidenses está llevando a cabo una campaña letal contra presuntos narcotraficantes, con casi 30 ataques sin autorización del Congreso ni debate público.
Durante la última semana, Trump aumentó la tensión con un bloqueo militar declarado contra los cargamentos ilícitos de petróleo y la incautación de más tanqueros.
Esto parece una política de cambio de régimen con el respaldo de la fuerza militar. La Casa Blanca parece esperar que el líder de Venezuela, Nicolás Maduro, deje el poder voluntariamente para vivir el resto de sus días en Rusia o en otro lugar. Según informes, Trump hizo esa demanda directamente.
Pero es poco probable que eso suceda. Hay pocos ejemplos de presiones económicas y amenazas externas que, por sí solas, obliguen a un líder como Maduro a ceder el poder. (La destitución del líder militar haitiano Raoul Cedras en 1994 es un ejemplo, pero en ese caso, las fuerzas estadounidenses ya estaba en el aire listo para invadir el país antes de que sucumbiera).
Trump ahora afirma que Estados Unidos será la potencia predominante en el hemisferio occidental, dispuesta a usar la fuerza cuando sea necesario para promover los intereses estadounidenses.
La administración califica su nueva política como un “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe, que advertía a las potencias coloniales europeas que se mantuvieran alejadas de nuestro territorio.
Sin embargo, en la época de Monroe, Estados Unidos no contaba con una armada. Ahora, una parte significativa de la fuerza naval más poderosa del planeta está desplegada frente a Venezuela.
¿Qué significa todo esto? El destino de Maduro en 2026 podría responder a esa pregunta. Si se mantiene en el poder, Trump corre el riesgo de ser visto como alguien que ladra y no muerde. Si se va, pocos podrían dudar de la seriedad de Trump como hegemón hemisférico.
En mi opinión, nada de esto parece bien pensado, pero la suerte está echada y cómo se resuelva durante el próximo año dirá mucho sobre qué esperar del “Corolario Trump” durante el resto de su segundo mandato.
En febrero, la invasión rusa de Ucrania entrará en su quinto año. La intención de Putin en aquel entonces era apoderarse de Kyiv y destruir a Ucrania como país soberano.
Hoy, sus fuerzas están estancadas en el este de Ucrania, no lejos de las fronteras rusas, y han sufrido más de un millón de bajas.
Esta guerra ha sido una debacle para Rusia y, sin embargo, Putin no muestra signos de ceder, incluso si sus objetivos ahora son más limitados.
El quinto año de una guerra puede ser un punto de inflexión hacia la paz, a medida que las partes en conflicto se acercan al agotamiento o toman decisiones más arriesgadas para romper el estancamiento.
Putin afirma ser un estudioso de la historia y probablemente vea el próximo año como una oportunidad para doblegar la voluntad de Ucrania.
Sin embargo, en Ucrania hoy, ninguna de las partes parece estar preparada para un avance.
El quinto año podría parecerse mucho a los últimos cuatro: Putin invirtiendo recursos humanos en una trituradora de carne para conquistar territorio limitado mes a mes, y Ucrania contando con el apoyo de sus socios occidentales para obtener apoyo económico y suministros militares.
Trump busca un acuerdo de paz que, según se informa, garantizaría la seguridad de Ucrania a cambio de que la nación europea ceda territorio como medio para que Putin desista de sus objetivos maximalistas.
Hasta el momento, Putin no ha dado señales de hacerlo, y la pregunta entonces es si Trump, con razón, lo culpa del fracaso de las negociaciones o si decide dar marcha atrás y debilitar la capacidad de Ucrania para resistir la embestida.
En este sentido, el quinto año de esta guerra podría ser decisivo, aunque más en Washington que en el campo de batalla.
Una imagen definitoria de 2025 puede ser el abrazo amistoso de Putin junto con el presidente de China, Xi Jinping, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, con el presidente de Irán al fondo durante una reunión en Beijing.
Estos cuatro países (conocidos como CRINK) están trabajando juntos para apoyar a Rusia en Ucrania y aspiran a un mundo dividido con Rusia y China tomando las decisiones en sus llamadas esferas de influencia mientras Estados Unidos retrocede.
El suyo es un mundo en el que las grandes potencias imponen su voluntad y las potencias más pequeñas sucumben a ella.
Curiosamente, las políticas de la administración Trump parecen coincidir con esta visión. Su nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ENS) describe a Estados Unidos como una potencia hemisférica y afirma: “Se acabaron los días en que Estados Unidos apuntalaba el orden mundial como Atlas”.
El documento continúa criticando a los aliados europeos tradicionales, calificándolos de incompetentes y en riesgo de ser “borrados civilizacionalmente” debido a sus laxas políticas migratorias.
El portavoz de Putin, Dmitri Peskov, afirmó que la ENS de Trump parece “corresponder en muchos sentidos a nuestra visión”.
Taiwán es donde esto ya no se vuelve académico. Durante medio siglo, Washington ha impulsado el crecimiento de Taiwán y ha contribuido a mantener la paz con una política ambigua que reconoce a Taiwán como parte de China, a la vez que mantiene los lazos económicos y de seguridad con la isla.
La semana pasada, Trump aprobó el mayor paquete de armas de la historia para Taiwán, con un total de casi US$ 11.000 millones en misiles, drones y equipo avanzado de defensa aérea.
Mientras tanto, se sabe que China está preparando su ejército para una invasión de Taiwán en 2027.
Cuando Trump viaje a Beijing para una cumbre con Xi, como se espera esta primavera, Taiwán será un tema central, y su futuro podría estar en juego. Este es uno de los asuntos más importantes en la agenda de seguridad global.
Taiwán es fundamental para nuestra vida diaria, donde se fabrican la mayoría de los chips semiconductores que alimentan nuestros automóviles y teléfonos, y las proyecciones de disrupción global si China invade o desestabiliza la isla se acercan a los US$ 10 billones.
Sin embargo, aún no está claro si Trump respaldará décadas de política estadounidense —como sugiere su reciente venta de armas— o si cederá en su interés por un acuerdo comercial y la aceptación de Beijing como líder en su ámbito —como anticipa su NSS—.
Su cumbre de Beijing será seguida de cerca en Taipéi, con el dicho: cuando no estás en la mesa, estás en el menú.
En términos de éxito militar, Israel tuvo un buen año. Comenzó con un acuerdo de rehenes y un alto el fuego en Gaza y termina con la liberación de todos los rehenes vivos y un plan de alto el fuego de 20 puntos respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU que insta a Hamas a desarmarse.
Irán se encuentra en su posición más débil desde su revolución de 1979. Los líderes de los grupos terroristas que una vez rodearon a Israel (Hamas y Hezbollah) están muertos.
En general, sin embargo, Israel no ha logrado traducir el éxito militar en logros políticos y diplomáticos duraderos, en parte debido a sus propias divisiones.
Israel está gobernado actualmente por una de las coaliciones más estrechas de su historia, dominada por partidos nacionalistas de derecha que polarizan la sociedad israelí y alejan nuevas oportunidades de cooperación con capitales árabes.
El primer ministro Benjamín Netanyahu, líder de la derecha tradicional israelí desde hace mucho tiempo, se define como el miembro más liberal de su propio Gobierno de coalición de extrema derecha.
Pocos israelíes creen que esta estrecha fórmula de gobierno, tras dos años de guerra, pueda o deba durar mucho más. En 2026, tendrán la oportunidad de hacer algo al respecto.
Israel debe celebrar elecciones parlamentarias antes del 27 de octubre de 2026, cuatro años después de la última votación, y las elecciones podrían celebrarse antes si Netanyahu las convoca o si su Gobierno no aprueba un presupuesto en primavera.
El resultado podría determinar si Israel logra consolidar su éxito militar o si permanece en un statu quo frágil e incierto.
Si Israel emerge de estas elecciones con una nueva coalición de unidad, o al menos una coalición sin los miembros extremistas del actual Gobierno de Netanyahu, aumentan las probabilidades de que Trump pueda ampliar los Acuerdos de Abraham antes del final de su mandato, incluyendo un pacto con Arabia Saudita.
Si las elecciones llegan a un punto muerto y no logran un nuevo Gobierno, o peor aún, el que Israel tiene actualmente, es improbable que haya avances diplomáticos, e Israel podría perder una oportunidad histórica.
Irán tuvo un año terrible, y 2026 podría ser peor.
No hace mucho, Irán se atribuyó fuerza e influencia en Medio Oriente mediante redes de poder que controlaba —Hezbollah, Hamas, milicias iraquíes y los hutíes—, así como un programa de misiles con grandes alardes, sofisticadas defensas aéreas rusas y un plan nuclear que avanzaba más allá de cualquier posible uso civil.
Teherán contaba con un aliado fiel en Bashar al-Asad y utilizó a Siria como plataforma para fortalecer sus redes en la región y rodear a Israel con el objetivo declarado de borrarlo del mapa.
Todo esto se ha trastocado. Irán tomó la fatídica decisión de sumarse al caos tras la invasión de Israel por parte de Hamas el 7 de octubre de 2023. Nunca anticipó las consecuencias. Hoy, muchos de sus líderes han muerto. Sus aliados están desmantelados. Sus defensas aéreas, destruidas. Su programa nuclear, enterrado. Su aliado sirio, desaparecido.
El país se encuentra en una situación difícil tanto militar como económicamente. La escasez de agua podría provocar evacuaciones y racionamiento en Teherán. Además, su líder supremo, Alí Jamenei, tiene 86 años, se dice que está enfermo, rara vez se le ve en público y no hay un sucesor designado.
En 2026, nada mejora para Irán. Israel bien podría atacar de nuevo si el país persa decide restaurar su programa nuclear o, como se ha informado, su arsenal de misiles.
La joven población iraní rechaza el sistema clerical gobernante y, con una crisis de sucesión tras Jamenei, este sistema podría tambalearse.
Al mismo tiempo, un régimen debilitado podría recurrir al terrorismo o a ataques imprudentes contra Israel. Así que, presten atención a Irán este año. Al igual que en 2025, podría haber algunas sorpresas.
Recientemente me preguntaron en un podcast qué es lo que me mantiene despierto por la noche después de dos décadas en el campo de la seguridad nacional y la diplomacia.
Mi respuesta fue el terrorismo.
Esa no ha sido una respuesta de moda en los círculos de seguridad nacional durante la última década, ya que las sucesivas administraciones han tratado de enfatizar la competencia entre grandes potencias, como China y Rusia, en parte para desviarse del trabajo arduo, y que requiere muchos recursos para contrarrestar, como las amenazas de los grupos extremistas de todo el mundo, incluidos Al Qaeda e ISIS.
Lamentablemente, siempre estamos a un solo ataque de cambiar el curso de la historia, algo que nunca debemos olvidar, incluso 25 años después del 11 de septiembre.
Entre 2014 y 2018, ayudé a liderar la campaña contra ISIS. Estados Unidos creó una coalición internacional de 80 países y organizaciones como INTERPOL para rastrear a los operativos de ISIS, combatir su financiación, contrarrestar su ideología y desmantelar sus redes.
Funcionó: entre 2014 y 2020, el número de atentados terroristas en todo el mundo, fuertemente influenciados por ISIS, se redujo casi un 60 %.
Los sofisticados atentados que presenciamos en toda Europa en 2015 y 2016, como los de París (noviembre de 2015) y Bruselas (marzo de 2016), cesaron por completo.
Eso ya no es así. De 2022 a 2025, impulsados por los ataques de Hamas en Israel, los incidentes y las muertes vuelven a aumentar. Las redes globales se están renovando.
Tan solo el mes pasado presenciamos la masacre en Australia, dirigida contra judíos en Janucá, y la desmantelación de un complot en Los Ángeles para detonar bombas contra multitudes en Nochevieja.
En Siria, la semana pasada, ISIS mató a dos soldados estadounidenses por primera vez desde 2019.
Estados Unidos respondió con ataques contra más de 70 objetivos de ISIS en Siria hace días, lo que plantea la pregunta de por qué no se destruyeron antes.
El jefe de seguridad interna del Reino Unido describió recientemente la amenaza de ISIS allí como “enorme”, y funcionarios de la Unión Europea afirmaron que, una vez más, es “la amenaza más prominente” en los países miembros.
El próximo año parece destinado a continuar con esta preocupante tendencia. Para revertirla, Estados Unidos y sus socios deben fortalecer la cooperación policial transfronteriza, sin tolerancia alguna para quienes propugnan o excusan la violencia para promover una causa política. La coalición contra el ISIS es un buen modelo.
Pocos temas han llegado tan rápido, o tan decisivamente, a la cima de la agenda global como la inteligencia artificial. Está destinada a permanecer allí.
Tanto en Beijing como en Washington, la IA se considera una competencia existencial, a menudo comparada con la carrera espacial de la Guerra Fría, dadas sus aplicaciones militares y su capacidad para transformar casi todos los ámbitos de la política nacional.
En 2025, China sorprendió al mundo con el lanzamiento de un nuevo modelo de razonamiento de vanguardia, DeepSeek R1, que desafió a los principales modelos estadounidenses a un costo mucho menor.
Rápidamente se posicionó en la cima de la App Store de Apple y sacudió brevemente los mercados financieros, provocando una fuerte caída del Nasdaq y una pérdida histórica en un solo día para un importante fabricante de chips estadounidense.
Los mercados se recuperaron, pero la sorpresa fue una lección. El episodio subrayó la rapidez con la que las supuestas ventajas tecnológicas pueden erosionarse.
Estados Unidos ha buscado fortalecer su posición mediante controles a las exportaciones y una red en expansión de socios que dependen de la tecnología estadounidense para la adopción de IA.
La administración Trump ha tomado medidas para profundizar estas alianzas, al tiempo que propone flexibilizar algunas restricciones a las exportaciones, incluso a China, una medida que ha suscitado preocupación bipartidista y que aún no se ha implementado.
En el país, las restricciones aumentan. Estados Unidos va a la zaga de China en la generación de electricidad necesaria para sustentar una red de centros de datos en rápida expansión, incluso con el aumento repentino de la demanda energética.
Algunos demócratas han comenzado a pedir que se limiten por completo la construcción de nuevos centros de datos.
Al igual que durante la Guerra Fría, la competencia tecnológica global podría colisionar cada vez más con las presiones políticas internas.
En 2026, se prevé una creciente fricción entre los rápidos avances en IA, los debates políticos sin resolver y la intensificación de la rivalidad geopolítica. Juntos, es probable que conviertan a la IA en una de las fuerzas más importantes que moldearán la política global en los próximos años.
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