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20 años después de la masacre de Avellaneda: los asesinatos de Kosteki y Santillán, los dos apellidos que cambiaron la vida política de Argentina

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(CNN Español) — “Creemos que cortando rutas y utilizando otros métodos de lucha es de la única forma que se pueden cambiar las cosas acá, en Argentina”, afirmaba en 2002 Darío Santillán, un joven hasta el momento ignoto, que había decidido sumarse a los llamados movimientos piqueteros que desde los años 90 venían ganando protagonismo con esos métodos de protesta a medida que la crisis se agudizaba en el país. No podía imaginar que meses después su nombre, junto al de Maximiliano Kosteki, a quien no conocía, quedaría vinculado para siempre a la historia argentina.

“Los asesinatos de Darío y Maxi cambiaron el curso de la historia”, sostiene categórico Leonardo Santillán, hermano de Darío, quien siguió sus pasos y hoy lidera un movimiento social que lleva el nombre de su hermano.

Argentina venía de sufrir su peor quiebre social y económico con la crisis de diciembre de 2001. La confiscación de los depósitos bancarios de los argentinos —el corralito, como se lo llamó— había desatado la bronca por una crisis que cada vez afectaba a más gente y terminó catapultando la renuncia del entonces presidente Fernando de la Rúa.

El 2001 terminaba en medio de protestas sociales que no cesaban, con los llamados “cacerolazos”, mayoritariamente de las clases medias, y los piquetes, que buscaban visibilizar y reclamar ayuda para los más vulnerables.

En ese contexto, el 1 de enero el entonces senador peronista Eduardo Duhalde era elegido por el congreso de Argentina para completar el mandato del presidente renunciado, encaminar la situación y llamar nuevamente a elecciones. Pero los meses pasaban y la protesta social continuaba.

“Lo que se vio el 20 de diciembre creo que fue una clara muestra de lo que puede llegar a suceder cuando realmente estamos todos juntos peleando por un mismo objetivo. En ese momento fue tirar abajo a De la Rúa y, bueno, lo logramos. Pero, bueno, la situación continúa, el gobierno sigue…un gobierno mucho más duro que quiere seguir implementando un plan que va en contra de nuestros intereses”, afirmaba el joven Santillán en ese entonces, unos meses antes de ser asesinado por efectivos de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, el 26 de junio de 2002.

Para ese día los movimientos sociales, los piqueteros, habían anunciado una nueva jornada de protestas y cortes de calles, que incluía al puente Pueyrredón, que une la Provincia de Buenos Aires con la capital, y que era una suerte de símbolo para los manifestantes porque de esa forma lograban visibilizar sus reclamos de mayor asistencia social. Pero el gobierno quería impedirlo.

“Ese corte venía preanunicado como corte muy fuerte, una acción muy fuerte. Había run run y rumores”, recordó años más tarde Felipe Solá, quien ese entonces era gobernador de la Provincia y, por lo tanto, el jefe máximo de la Policía Bonaerense.

El recuerdo en primera persona de las fotos que cambiaron todo

“Había un clima social muy, muy caliente, donde podemos decir que a Duhalde lo estaban presionando para que pusiera orden y las organizaciones estaban cada vez más fuertes y reclamando más espacio político”, recuerda Pepe Mateos, fotógrafo del diario Clarín, que estuvo en el lugar cubriendo los hechos.

Sus fotos serían determinantes para conocer realmente qué había sucedido y desenmascarar la primera versión oficial de la Policía, que deslindaba sus responsabilidades y hablaba de peleas entre distintos bandos de los manifestantes.

“En un momento empecé a ver unos disparos que yo identifiqué como que no eran los disparos comunes de bala de goma”, relata Mateos, que estaba en las inmediaciones del puente tomando fotos. “Pasaron una cantidad de cosas muy rápidamente, pero muy intensas. Muchos gases, muchos disparos”.

La Policía había comenzado a disolver la protesta para evitar que los manifestantes ocuparan el puente con una virtual cacería humana, que arrancó en el puente y terminó en la estación de trenes de Avellaneda, a pocas cuadras del lugar.

“Cuando llegué a la estación, yo di por terminado, dije ‘ya está, la gente ya dispersó la marcha, lograron lo que querían, que era que no se cortara el puente, que las organizaciones no estuvieran en el lugar’. Ya no estaban, en el puente no había más resistencia”, rememora.

Sin embargo, al entrar al hall de la estación, se dio cuenta de que estaba equivocado. “Cuando entro a la estación veo el cuerpo de Maxi ahí, que fue una sorpresa porque lo veo (y) ya no tenía ningún signo de vida. Y enseguida aparece Darío que se agacha al lado de Maxi, le toma el pulso, lo toma de la muñeca y en ese momento se escuchan disparos, entra la policía, entra (el excomisario) Fanchiotti con (el exsuboficial) Acosta y creo que otro oficial que no me acuerdo el nombre”.

Mateos con su cámara de fotos estaba siendo testigo de un momento tan único y definitorio como atroz. “Darío levanta la mano, levanta el brazo y sale corriendo. Yo estoy parado contra la pared. Escucho dos disparos, no alcanzo, no alcanzo a mirar, escucho disparos y cuando salgo al patio está Darío tirado en el suelo. Ahí los policías lo arrastran, lo sacan arrastrando. Queda todo un reguero de sangre”, relata. “Después lo cargan en una camioneta y carga el cuerpo de Maxi también”.

“Recordar eso es muy doloroso”, sostiene Alberto Santillán, padre de Darío, a quien todavía hoy le cuesta ver las fotos e imágenes de ese momento.

Él sabía que su hijo iba a participar de las manifestaciones, pero nunca pudo imaginar ese final.

“Empiezo a ver el noticiero y me llama mi hermano y me dice ‘fíjate que está pasando, que están reprimiendo’. Ahí nomás me llama mi hermana y me pregunta si sabía algo porque estaba viendo lo que estaba pasando. Y bueno, a los 20 minutos me vuelve a llamar mi hermano y me dice ‘te paso a buscar’. Dos minutos más tarde ya había aparecido el nombre de Maxi, si no me equivoco. Y entonces veo la imagen de Darío cuando lo suben a la camioneta y ahí dan el nombre y apellido. Era Darío. A mí se me cayó en ese momento todo lo que tenía en la mano”, recuerda 20 años después tratando de contener las lágrimas.

“A Darío Santillán, a mi hermano, lo asesinan socorriendo a Maxi, una persona que no conocía. Le estaba haciendo reanimación. Darío tenía 21 años en ese momento”, afirma Leonardo Santillán.

La investigación de la muerte de Kosteki y Santillán

Sin embargo, en un principio, la versión oficial fue que Kosteki y Santillán habían muerto en enfrentamientos entre distintos grupos piqueteros, deslindando toda responsabilidad a las fuerzas policiales.

“Nosotros no nos extralimitamos, nosotros portábamos postas de goma nomás; en este caso cascos, y las famosas tonfas, que son las armas de mano nuestras, que no son armas de fuego”, respondía, categórico, a la prensa el entonces comisario Alfredo Fanchiotti a cargo del operativo.

“Pero esta gran mentira que armó el gobierno se cae. Se cae porque hubo dos personas que han tenido las pelotas suficientemente grandes como el Ruso Kowalewicz y Pepe Mateos”. Fotógrafos ambos, que pudieron retratar en el lugar todo lo que realmente había sucedido.

“Si realmente no hubiese sido por ellos, yo considero se hubiese cerrado todo como un enfrentamiento entre piqueteros. Pero se les cae toda la mentira”, sostiene.

Esas fotografías y luego las imágenes en video que había tomado el canal oficial de televisión no dejarían lugar a dudas de lo sucedido y el propio presidente Duhalde tuvo que reconocerlo.

“Nuevamente quienes deben custodiar el orden son los que han llevado a cabo esta atroz cacería”, diría públicamente unas horas más tarde, en la antesala de una nueva crisis política que estos sucesos generaban.

“Darío podría haber seguido corriendo a tomarse el tren y se quedó. Vio el cuerpo de Maxi y se quedó ahí. No lo dejó hasta el final y la locura de disparar, de disparar cuando sale corriendo él, yo creo que no se puede explicar. No sabemos por qué la policía tuvo esa manera. Realmente fue totalmente innecesario”.

Según la Justicia, Kosteki y Santillán fueron asesinados por el entonces comisario Alfredo Fanchiotti y el exsuboficial Alejandro Acosta. En 2006 fueron condenados a cadena perpetua.

Sin embargo, la Justicia nunca avanzó en los autores intelectuales y en las responsabilidades políticas y los condenados nunca lo revelaron.

“El juicio duró ocho meses. Te imaginás que, por cada testigo, volvían a pasar las imágenes en la estación. No hay una vez que a mí no se me parta el alma”, sostiene el padre. “Hay días en que se hace pesadísimo. Hay días en que te gana la angustia y días en los que vos deseas enormemente que te aparezca un segundo y que te diga ‘pa, estoy bien'”.

Las muertes de Kosteki y Santillán precipitaron la salida de Eduardo Duhalde, que coqueteaba con la posibilidad de postularse para continuar en la presidencia. En cambio, adelantó las elecciones y se autoexcluyó de la contienda política.

Ese renunciamiento fue el que posibilitó que un sector del peronismo eligiese a un gobernador patagónico, prácticamente desconocido en la escena nacional, como su candidato a la presidencia. Así, el 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner llegaría a la presidencia de Argentina.

Comenzaba una nueva era política: el kirchnerismo, que aún perdura. Al igual que los grupos piqueteros, que hoy, 20 años después, siguen cortando las calles con los mismos reclamos.

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