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ANÁLISIS | Por qué Rusia no ha podido ganar la guerra en Ucrania, pese a su superioridad militar

Germán Padinger

(CNN Español) — Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de este año, muchos creyeron que la guerra duraría apenas unos días: la superioridad de las Fuerzas Armadas rusas en equipamiento, cantidad de soldados y potencia de fuego frente a las tropas ucranianas parecía, y aún es, avasallante.

Pero, más de seis meses después, el conflicto continúa entre señales de estancamiento y paso a una guerra de desgaste, en la región del Donbás, donde se habían concentrado los combates y los avances rusos son lentos, y dos contraofensivas ucranianas en el sur y el noreste, cuyo alcance aún no queda claro.

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Rusia ha tenido varios éxitos: capturó grandes porciones de territorio ucraniano en el este, desde dónde sigue intentando avanzar —lentamente—, y más aún en el sur, donde parece haberse atrincherado para consolidar su control sobre buena parte de la costa de Ucrania.

Pero el avance sobre la capital Kyiv de los primeros días acabó en fracaso y retirada, sus constantes bombardeos sobre todo el país no han llevado al gobierno ucraniano a la rendición y las tropas ucranianas, que reciben apoyo material de países de la OTAN, aún siguieron operando e incluso montando contraataques locales.

Y, ahora, Ucrania ha lanzado dos contraofensivas: la primera, a finales de agosto, tiene lugar en el sur y en torno a la ciudad de Jersón, que Rusia capturó al comienzo de la guerra.

Esta fotografía tomada el 26 de agosto de 2022 muestra tanques rusos quemados en un vertedero improvisado en Mariúpol. (Crédito: STRINGER/AFP vía Getty Images)

La segunda, iniciada a comienzos de septiembre, avanza en el noreste y en torno a la ciudad de Járkiv, que Rusia ha amenazado desde febrero pero que nunca logró tomar.

Según el presidente de Ucrania, Volodymy Zelensky, las fuerzas ucranianas han recuperado 6.000 kilómetros cuadrados de territorio, incluyendo varias ciudades y pueblos, desde el inicio de ambas contraofensivas, cerca de un 10% del territorio total ocupado por Rusia desde febrero, en medio de reportes sobre tropas rusas huyendo ante el avance ucraniano.

¿Por qué, entonces, le ha sido tan difícil a Rusia, una de las principales potencias militares del mundo, doblegar a Ucrania o incluso detener estas contraofensivas?

La voluntad de luchar y la resistencia ucraniana

Los soldados que defienden el territorio en el que viven con sus familias suelen tener más incentivos y una mayor voluntad de pelear que aquellos que, por el contrario, están conduciendo actividades ofensivas en otro país, a pesar de que cuenten con superioridad militar.

Esto se ha visto con claridad durante la guerra de Vietnam y también en las dos guerras de Afganistán que protagonizaron —y perdieron— la Unión Soviética en la década de 1980 y Estados Unidos a partir de 2001, por citar solo algunos ejemplos (existen contraejemplos, por supuesto, en cada guerra exitosa de conquista).

En el caso del conflicto actual, las tropas ucranianas han mostrado esta voluntad de luchar desde el primer día, acatando las órdenes de movilización general y presentado batalla a las tropas rusas en repetidas ocasiones, aún cuando sufren fuertes pérdidas. Y todo ante a numerosos reportes de atrocidades rusas en Bucha y recientemente en Kyiv, que el Kremlin niega.

“La moral y la voluntad de lucha ucranianas son incuestionables, y creo que mucho más elevadas que el promedio la voluntad de lucha del lado ruso, por lo que creo que eso da a los ucranianos una ventaja significativa”, dijo Colin Kahl, subsecretario de Política del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Nuevos miembros del batallón de voluntarios chechenos Dzhokhar Dudayev participan en una sesión de entrenamiento en la región de Kyiv, Ucrania, el 27 de agosto de 2022. (Crédito: GENYA SAVILOV/AFP vía Getty Images)

Por el contrario, los reportes de baja moral entre las tropas rusas, muchas de las cuales fueron movilizadas en febrero sin saber que participarían de una guerra, no han cesado desde el inicio de la guerra, especialmente entre conscriptos y entre tropas de las República Populares de Donetsk y Luhansk, levantadas en el este de Ucrania en 2014 bajo apoyo de Moscú y que pelean ahora junto a los rusos.

Estas situaciones se han visto también en la contraofensiva de Ucrania en Járkiv, donde tropas de segunda línea compuestas por “voluntarios cosacos, unidades de voluntarios, unidades de la milicia del DNR/LNR y la Rosgvardia (Guardia Nacional) rusa”, según Kateryna Stepanenko, del Instituto para el Estudio de la Guerra, un grupo analítico con sede en Washington, colapsaron ante el avance ucraniano.

Estas tropas estaban ocupando la línea defensiva en lugar de unidades rusas de primera línea que habrían sido enviadas al sur debido a la otra contraofensiva ucraniana, según Stepanenko.

En marzo el jefe de inteligencia del Reino Unido, Jeremy Fleming, dijo que la moral era tan baja en algunas unidades rusas que hubo instancias en las que estas se habían negado a cumplir órdenes.

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Un funcionario de Defensa de Estados Unidos también dijo en marzo que había casos de baja moral en algunas unidades rusas frente a la inesperada resistencia ucraniana, y el portavoz del Pentágono, John Kirby, citó informes sobre “problemas de moral y falta de cohesión en unidades” específicas.

El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, rechazó en diálogo con Christiane Amanpour, de CNN, estos reportes de EE.UU. de que las tropas rusas tenían problemas de moral. “Probablemente habría que dudar de esta información”, dijo.

En agosto, sin embargo, Pavel Filatyev, un paracaidista ruso que participó en los primeros meses de la guerra, criticó duramente al conflicto y al Kremlin en un testimonio escrito que publicó en redes sociales de Rusia, antes de abandonar el país, asegurando que las tropas rusas están “cansadas, hambrientas y desilusionadas”.

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“Entendimos que nos arrastraron a un conflicto grave en el que simplemente estamos destruyendo ciudades y no estamos liberando a nadie en realidad. Solo estamos destruyendo vidas pacíficas”, dijo Filatyev. “Este hecho influyó enormemente en nuestra moral. Esa sensación de que no estamos haciendo nada bueno”.

Considerando el impacto económico a mediano y largo plazo de las sanciones de Estados Unidos y sus aliados a Rusia, es de esperar que las condiciones de vida de los rusos se deterioren en los próximos meses, y esto podría tener un impacto mayor aún en la moral.

Por supuesto, Ucrania no es inmune a esta situación: su economía se ha hundido, sus exportaciones de granos han caído y millones han perdido sus empleos o se han visto forzados emigrar o desplazarse dentro de las fronteras nacionales desde febrero, mientras se aproxima un invierno que será especialmente duro por el impacto el conflicto en los precios y el suministro de energía, y cuyos efectos podrían ser potenciados por los ataques recientes de Rusia a infraestructura ucraniana, en parte como respuesta a las contraofensivas.

Tampoco es inmune a las fuertes pérdidas sufridas al pasar a la ofensiva, como también las sufrió Rusia en las primeras etapas de la guerra.

“No será rápido; es una lucha dura y lenta, metro a metro, posición a posición, porque no tenemos los recursos para hacer una guerra relámpago masiva, con masas de artillería y blindaje”, dijo la semana pasada Mark Ayres, exsoldado británico luchando en Jersón.

Rusia no ha usado todo su poderío

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, calificó a la invasión de Ucrania iniciada el 24 de febrero como una “operación militar especial”, y el gobierno ruso se ha estado refiriendo de esta forma a lo que Occidente ve como una “guerra de agresión”.

Aunque parezca apenas una cuestión de semántica, especialmente para los que sufren los bombardeos de uno y otro lado, esta clasificación da cuenta de que Rusia, al menos por ahora, no se ha valido de todos sus recursos ni ha utilizado todo su poder de fuego contra Ucrania, a pesar de que haya señales de descomposición en su maquinara bélica.

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El Kremlin no ha movilizado a todos los hombres, como hizo Kyiv, y sigue valiéndose de sus reclutas, al tiempo que tampoco ha puesto a la economía en pie de guerra, a pesar de las sanciones, y tiene reservas de equipo militar y efectivos con las que que Ucrania no cuenta. Es decir, aún tiene la posición más fuerte.

La superioridad militar de Rusia, cuyo poderío solo es superado en el mundo por Estados Unidos, es patente sobre Ucrania: al inicio de la guerra contaba con 900.000 soldados activos (aunque solo desplegó una parte al inicio de la invasión y se cree que ahora hay unos 130.000 soldados rusos en Ucrania) contra los 190.000 de Ucrania; casi 16.000 tanques contra 3.300; unos 1.400 aviones contra 400; y tenía un gasto de US$ 45.800 millones contra US$ 4.700 millones.

Pero hay otra diferencia capital entre las capacidades militares de Rusia y Ucrania: las armas nucleares.

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Rusia tiene uno de los dos principales arsenales atómicos del mundo, junto con Estados Unidos. Cuenta con unas 6.225 ojivas nucleares, de las cuales 1.625 están desplegadas, es decir listas para usar. Rusia cuenta además con la llamada “tríada nuclear” de medios de lanzamiento de estas ojivas: misiles balísticos, submarinos y aviones.

En este arsenal hay armas estratégicas de enorme poder, diseñadas para destruir ciudades enteras a miles de kilómetros de distancia, pero también hay armas tácticas de potencia reducida y diseñadas para ser usadas en conflictos militares convencionales, como el actual.

Ucrania no tiene armas nucleares de ningún tipo. Cuando formaba parte de la Unión Soviética, el país alojaba un importante arsenal, que finalmente entregó a Rusia tras su independencia.

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Rusia no se ha mostrado dispuesto, al momento, a usar armas nucleares en Ucrania y sigue siendo poco probable que ocurra: no ha habido un ataque de este tipo desde 1945, usarlas tendría consecuencias imposibles de anticipar y aún con armas tácticas, de menor poder, el daño en territorio ucraniano sería incalculable.

Este último punto sería inaceptable para un Putin que ha dicho que Ucrania y Rusia son “un solo pueblo”, que Kyiv fue corrompida por Occidente mediante un “cambio de identidad forzado” y que la “operación militar especial” buscaba, en parte, “liberar” territorios ucranianos.

Sin embargo, identificar las líneas rojas de Moscú –es decir el escenario en el que Putin ordenaría el uso de armas nucleares tácticas para evitar una derrota– ha sido difícil para los líderes en Occidente.

La importancia del apoyo de la OTAN

Frente a esta desigualdad militar, el esfuerzo bélico ucraniano se ha estado valiendo de la ayuda material enviada por los países de la OTAN, especialmente desde Estados Unidos pero también de los europeos.

En las primeras semanas, mucho se habló de los misiles antitanque Javelin (EE.UU.) y NLAW (Suecia y Reino Unido), los cohetes Panzerfaust 3 (Alemania) o los misiles antiaéreos Stinger (EE.UU.), que fueron utilizados por la infantería ucraniana contra las columnas blindadas rusas y sus aviones de apoyo.

Luego, Occidente proveyó también a Ucrania con avanzados sistemas de artillería autopropulsada, como los cañones Caesar franceses y Panzerhaubitze 2000 alemanes, y los lanzamisiles HIMARS y obuses M777, ambos estadounidenses, que han servido en los duelos de artillería en el este y también para apoyar las ofensivas ucranianas.

Estados Unidos además envió misiles antiradares AGM-88 HARM, para ser lanzados desde cazas ucranianos. Estas armas están diseñadas para rastrear la radiación emitida por radares y destruirlos, por lo cual permitirían anular parcialmente las defensas antiaéreas rusas.

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En cuanto a drones, Ucrania ha recibido los Bayraktar turcos y los Switchblade estadounidenses.

Todos estos sistemas de armas occidentales constituyen un salto tecnológico para las Fuerzas Armadas de Ucrania y son un problema para Rusia, cuya industria de defensa sufrió grandes problemas en la década de 1990, tras la caída de la URSS, y se basa aún hoy en una gran cantidad de equipo diseñado o bien construido en el era soviética.

Kyiv espera aún más: ha estado negociando para recibir los cazas de la era soviéticos en poder de países de la OTAN –similares a los que ya opera su Fuerza Aérea–, y también para comprar tanques y otros blindados. Pero la OTAN ha sido, al momento, cuidadosa en seleccionar qué armamento enviar, priorizando el defensivo, y cuál no, para evitar una escalada del conflicto si Ucrania lleva la guerra a territorio ruso con armamento ofensivo de origen occidental.

De cualquier manera, Ucrania parece avanzar en esa dirección: el crucero de misiles ruso Moskva fue hundido en abril en el mar, se han reportado numerosas explosiones en depósitos militares en territorio ruso cercano a la frontera —como en Belgorod— y en una base aérea rusa en Crimea.

Pero como en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, hace más de 100 años, este conflicto parece estar premiando las acciones defensivas y dificultando las ofensivas –lo que tanto Rusia como Ucrania han comprobado–, y el estancamiento y el desgaste parecen estar convirtiéndose en la norma.

Con información de Tim Lister, Darya Tarasova y Stephen Collinson.

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