Tras 25 años en el poder, Putin se enfrenta a una nueva prueba: el regreso de Trump
Análisis de Nathan Hodge, CNN
31 de diciembre de 1999: el presidente de Rusia Boris Yeltsin anuncia por sorpresa a sus compatriotas que dará un paso al costado para que su primer ministro asuma la presidencia.
“¿Por qué aferrarse al poder durante seis meses más cuando el país tiene un líder fuerte que puede ser su presidente, un hombre en el cual casi todos los rusos están depositando sus esperanzas para el futuro?”, dijo Yeltsin, reconociendo el dolor infligido por el colapso de la Unión Soviética. “¿Por qué obstaculizar su camino?”, añadió.
Ese líder fuerte, en palabras de Yeltsin, era políticamente desconocido: un antiguo oficial del KGB llamado Vladimir Putin. Esta víspera de Año Nuevo, cuando Putin se dirija a los rusos como todos los años, estará cumpliendo un cuarto de siglo como el primer hombre de Rusia, entre sus años como presidente y un interregno de cuatro años como poderoso primer ministro.
Cuando el 2024 llega a su fin, el control de Putin sobre el poder parece más fuerte que nunca. En el campo de batalla en Ucrania, las fuerzas rusas han logrado avances en una larga guerra de desgaste, al avanzar sobre la región del Donbás. En el plano doméstico, el panorama político ruso ha quedado limpio de competencia tras la muerte del líder de la oposición más prominente del país, Alexey Navalny.
Y un mes después de que Navalny muriera en una remota prisión al norte del círculo Polar Ártico, el líder del Kremlin navegó hacia la reelección en una carrera que le permitió reclamar un mandato abrumador, pero que no se jugó de manera justa.
Putin puede estar proyectando confianza, pero una nueva ola de incertidumbre está a la vuelta de la esquina. El presidente electo de EE.UU., Donald Trump, hizo campaña con la promesa de poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania. Y aunque su hoja de ruta para un final negociado del conflicto está lejos de ser obvia, Trump ha dejado una cosa clara: quiere que suceda rápido.
“(Es) una de las cosas que quiero hacer y rápidamente —y el presidente Putin dijo que quiere reunirse conmigo tan pronto como sea posible—”, dijo Trump en un evento reciente en Arizona. “Así que tenemos que esperar (que eso suceda). Pero tenemos que poner fin a esa guerra”, añadió.
No es de extrañar que no se descorchara champán en Moscú tras la reelección de Trump. Putin ha apostado todo en la guerra en Ucrania: puso la economía de su país en una postura de guerra; forjó alianzas más cercanas con Corea del Norte e Irán para mantener en funcionamiento la máquinaria bélica; y fue incluido en la lista de los más buscados por la Corte Penal Internacional, todo en pos de su objetivo maximalista de demoler la viabilidad de Ucrania como Estado.
Sin duda, Trump y Putin tienen un terreno en común para trabajar. La cumbre de Helsinki de 2018 entre los dos mostró que Trump estaba dispuesto a pasar por encima de las normas establecidas desde hace mucho tiempo en política exterior, al igual que Putin; y la supuesta admiración de Trump por el carácter autoritario de Putin ha preocupado a los observadores estadounidenses sobre la posibilidad de que apliquen esas tendencias en EE.UU.. Pero el enfoque cambiante de Trump en materia de política exterior implica que el Kremlin debe prepararse para una negociación impredecible.
El nuevo enviado especial de Trump para Rusia y Ucrania, el general de brigada del Ejército retirado Keith Kellogg, ha comparado la guerra con una “pelea en una jaula” entre los dos países que Trump podría arbitrar.
“Tienes a dos luchadores y ambos quieren rendirse, necesitas un árbitro para separarlos”, dijo en Fox Business. “Creo que el presidente Donald J. Trump puede hacer eso… Creo que en realidad tiene a ambas partes dispuestas a reunirse —eventualmente— y hablar”.
Cómo funcionará esa analogía en la práctica es una pregunta aún abierta. En las últimas semanas, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, ha cambiado su retórica, concediendo que su país no tiene la fuerza para recuperar todo el territorio que ha perdido ante Rusia. Y en su sesión de preguntas y respuestas de fin de año, Putin también mostró una disposición a la negociación, al decir: “La política es el arte del compromiso. Siempre hemos dicho que estamos listos tanto para negociaciones como para compromisos”.
Pero más allá de las palabras, Putin dio pocos detalles y pasó la mayor parte de su maratónica sesión de preguntas y respuestas televisada de fin de año proyectando una posición de fuerza, tanto para los rusos comunes como para el próximo Gobierno de Trump.
El líder del Kremlin, por ejemplo, respondió a una pregunta de Keir Simmons de NBC, quien preguntó si un revés embarazoso en materia de política exterior como fue la caída del régimen del presidente sirio Bashar al-Assad, quien recientemente se refugió en Rusia, significaban que negociaría desde una posición de debilidad.
La respuesta de Putin fue: “Llegamos a Siria hace 10 años para evitar la creación de un enclave terrorista allí, como el que vimos en algunos otros países, por ejemplo, Afganistán. Hemos logrado ese objetivo, en gran medida”.
Rusia todavía tiene algo de influencia diplomática en Medio Oriente a pesar del colapso del régimen de Assad.
Hanna Notte, directora del programa de Eurasia en el Centro James Martin para Estudios de No Proliferación, una organización sin fines de lucro de EE.UU., dijo que Rusia todavía tiene “fichas en la negociación” sobre Siria, incluido el estatus de Moscú como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
“El papel de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU —donde puede usar su veto o no— es significativo para HTS (el gobierno de facto actual en Siria, Hayat Tahrir Al-Sham) en lo que respecta a todos los procesos relacionados con la legitimación de un nuevo gobierno sirio”, dijo. “En cualquier tipo de proceso que se relacione, ahora, con una transición política en un período post-Assad, si las Naciones Unidas están involucradas quisieras tener a los rusos de tu lado”.
En cuanto a la economía, Putin también se aferra a argumentos positivos, incluso cuando los rusos de a pie sufren las consecuencias de los altos precios de los alimentos y de la caída del rublo. Pero el discurso tiene un límite. En un reciente análisis, Alexandra Prokopenko, miembro del Carnegie Russia Eurasia Center, un think tank con sede en Berlín, señaló que la sobreestimulada economía rusa en tiempos de guerra puede estar acercándose a un punto de crisis.
“Cada mes que pasa se intensifica la presión”, escribió. “El Kremlin se está acercando a un punto de inflexión en el que el contrato social entre el estado y la gente cambiará inevitablemente. A los rusos se les está pidiendo cada vez más que acepten la creciente desigualdad y una disminución en la calidad de vida a cambio de estabilidad a corto plazo y el orgullo simbólico de una ‘nación fortaleza’. Pero incluso ese compromiso escada vez menos sostenible”.
Putin llegó al poder hace 25 años con la promesa de un gobierno fuerte después de una década de trauma colectivo durante la era Yeltsin. Él y su país deben ahora enfrentarse a Trump en una nueva era de problemas.
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