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ANÁLISIS | ¿Cómo un solo estado hundió a Harris y encumbró la nueva era de Trump?

Por Tom Foreman, CNN

Cuando el sol se oculta en el oscuro cielo de Washington, la multitud entusiasmada de la Universidad Howard parece estar segura de que amanecerá más brillante. Cantando, animando, uniendo sus brazos y levantando las manos en la gran explanada al aire libre conocida como The Yard, acudieron por miles para ver los resultados de las elecciones y ser testigos de la historia en un lugar donde ya se ha hecho antes.

De esta universidad históricamente negra han salido autores y actores legendarios, científicos de renombre, el titánico juez de la Corte Suprema Thurgood Marshall y la mujer pionera por la que se reunió esta noche una multitud jubilosa.

“Y cada vez que se menciona la victoria de Kamala Harris en otro estado, esta multitud enloquece”, dice a la cámara una reportera de la televisión local.

Desde un punto de vista académico, todos los presentes saben que la vicepresidenta de EE.UU. podría perder. Pero, al igual que los verdaderos creyentes en todas las campañas políticas, creen que está destinada a ganar; que las urnas se cerrarán de este a oeste y la aclamación resonará desde el lejano océano, a través de las Montañas Rocosas y las Llanuras, a través de las granjas y las ciudades industriales hasta la capital de la nación, donde su candidata se convertirá en la primera mujer elegida presidenta de Estados Unidos.

Toda su campaña, después de todo, ha sido como una película, y así es como terminan las películas. El hecho de que Harris, una mujer negra y asiático-estadounidense, aplastará al hombre que muchos demócratas consideran despectivo con las mujeres y los no blancos, el expresidente Donald Trump, es un detalle exquisito que esperan saborear toda la vida.

“Vamos a estar aquí toda la noche ofreciéndoles cobertura, ¡así que permanezcan atentos!”, continúa la reportera.

“Se sentían muy confiados”, dice Priscilla Álvarez, de CNN, que también estaba entre el público. “Realmente pensaban que lo tenían ganado”.

La candidata se encontraba a pocos kilómetros, en el Observatorio Naval de Estados Unidos, la residencia oficial de todos los vicepresidentes: lo bastante cerca como para lanzarse al mitin a pronunciar un discurso de victoria, lo bastante lejos como para librarse del embriagador optimismo de la multitud. Allí y en todas las oficinas de su campaña se está llevando a cabo un sobrio escrutinio político de cada informe de cada distrito electoral.

“Todos sabíamos que había obstáculos”, dice Dan Kanninen, director de Harris en los estados más disputados. Kanninen, un profesional de la política con una larga trayectoria, es muy consciente de las tendencias mundiales en contra de los titulares de cargos, el profundo descontento de los estadounidenses con la dirección de su país y el tardío comienzo que tuvo Harris con la inesperada salida del presidente Joe Biden de la campaña en julio.

“Kamala Harris tenía mucho por hacer en 107 días que era difícil de hacer en 107 días. Tuvo que definirse a sí misma, elegir un [candidato a] vicepresidente y definir sus posturas”, afirma Kanninen. Pensó que Harris podría superarlo todo, pero las primeras encuestas a pie de urna confirman lo que otras evaluaciones demostraron en las últimas semanas. Su rápida campaña está en el filo de la navaja. La victoria y la derrota parecen igualmente plausibles. Y algo más en las cifras es preocupante. “Las tasas de aprobación de Donald Trump eran las más altas de su historia”, dice Kanninen. “Estuvo en 41, 42,43, 44% toda su candidatura y toda su presidencia. En esta campaña estaba en el 49”.

A casi 2.000 kilómetros al sur, en el complejo turístico del expresidente en Florida, Mar-a-Lago, Trump está celebrando una fiesta privada con los personajes más influyentes y los aspirantes de su círculo, y parece que está alimentando sus propias preocupaciones. A primera hora del día, mientras emitía su voto, parecía cansado y, de forma poco habitual, asintió ante la posibilidad de una derrota.

“He oído que lo estamos haciendo muy bien en todas partes”, dijo a las cámaras, y añadió: “Puede que me arrepienta de esa afirmación, pero estoy oyendo que lo estamos haciendo muy bien”. Dijo que no había escrito un discurso de victoria. “Si gano, sé lo que voy a decir, y no quiero ni pensar en la parte de perder”.

Un periodista le preguntó: “Pase lo que pase esta noche, ¿es ésta su última campaña? ¿Ha terminado después de esto?”.

“Sí, yo pensaría que sí”, dijo Trump, mirando al suelo. “Yo pensaría que sí”.

Ahora es de noche, y según muchos testimonios, el equipo de campaña más eficaz que Trump ha tenido nunca está analizando los datos tan febrilmente como el contingente de Harris y compartiendo dudas similares. Kristen Holmes, de CNN, está siguiendo la ansiedad del equipo de Trump desde la fiesta de observación pública, que también está a pocos minutos de la ciudadela del candidato para permitir un rápido discurso de victoria.

“Creían que iba a ganar. Sin embargo, los márgenes eran muy estrechos”, dice más tarde, señalando que el equipo Trump apostaba a que las encuestas, que le favorecían muy ligeramente en los últimos días, estaban subestimando su fuerza al igual que en campañas pasadas. “Creían que [los partidarios de Trump] no estaban siendo encuestados. Que la participación real daría la victoria a Donald Trump. Eso significaba que si lo interpretaban mal… podría no ganar”.

Es más, el ascenso de Harris en la candidatura demócrata, con sus multitudes extasiadas, sus partidarios famosos y sus montañas de nuevas donaciones, habían sacudido al candidato republicano y a su equipo desde el principio. “Él mismo vio mucho impulso en torno a Kamala Harris”, dice Holmes. “Creo que creían que se estaba ralentizando, pero seguía existiendo la preocupación de que hubiera alguna forma extraña de que ella pudiera sacarlo adelante”.

La noche es un torbellino de resultados y proyecciones que no sorprenden ni tienen consecuencias, ya que ambas campañas han contado de antemano los botines electorales de los estados donde sus victorias son indiscutibles. Trump se lleva Indiana y Kentucky. Harris gana Vermont. Trump se lleva Alabama, Mississippi, Oklahoma y Tennessee. Harris se lleva Connecticut, Maryland, Massachusetts y Rhode Island. Trump gana Ohio. Harris se queda con Illinois. Los periodistas analizan el mosaico de rojos y azules frente a los mapas resplandecientes. Más de 35 millones de estadounidenses siguen las elecciones por televisión y otros tantos millones por Internet. A todos se les ha dicho que pasará una larga noche, quizá largos días, antes de que se pueda determinar un ganador.

En Howard, la enorme multitud sigue rebosando animada. En Florida, el incendiario conservador Tucker Carlson charla en una emisión por internet con Elon Musk, gran partidario de Trump. Cuando el hombre más rico del mundo suelta una risita, Carlson se une a ella. “Me gusta tu risa”, le dice. “¡Es la risa de un hombre honesto!”.

Detrás de las celebraciones, los que manejan los números de Harris y Trump se fijan en los estados disputados que podrían decantarse por uno u otro. Cada elección los tiene, y cambian de vez en cuando, pero en esta carrera, son Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin. Poco después de las 10 de la noche aparecen los resultados de Carolina del Norte.

“CNN proyecta que Donald Trump ganará el estado de Carolina del Norte”, dice Jake Tapper, mientras se añaden 16 votos electorales a la columna de Trump y estalla la fiesta de observación en West Palm Beach. “Donald Trump tiene ahora 227 votos electorales. Kamala Harris tiene 153”.

No es sísmico. El equipo de Harris sabía que Carolina del Norte, que Trump había ganado dos veces antes, era una victoria difícil. Ella gana Oregon, Nuevo México, Virginia y Hawai.

Entonces, casi a medianoche en la costa este, se anuncia otro estado clave: Georgia también se decanta por Trump. Aun así, no es una gran sorpresa. El hecho de que hubiera pasado de ser predeciblemente republicano a votar demócrata en 2020 fue lo suficientemente inusual como para hacer del llamado Estado del Melocotón una parte central de la obsesiva afirmación de Trump de que los demócratas debían haber hecho trampa.

Georgia fue donde el entonces abogado de Trump, Rudy Giuliani, acusaría falsamente a un par de trabajadoras electorales de manipular los resultados a favor de Biden. Las mentiras electorales del exalcalde de Nueva York le costarían la licencia de abogado y un tribunal le ordenaría pagar a las dos mujeres casi US$ 150 millones por difamación. Entre los objetos que se le ordenó entregar: su lujoso departamento en Manhattan, una camiseta de béisbol firmada por Joe DiMaggio, un Mercedes de la década de 1980, que una vez perteneció a la difunta estrella de cine Lauren Bacall, muebles, ropa, joyas y más.

Con dos estados disputados ahora marcados en rojo en el mapa, los equipos de campaña retoman su atención sobre los cinco restantes, y uno por encima de todos los demás. Como ejércitos que se rodean a distancia, tratando de encontrar el punto más favorable para su inevitable enfrentamiento, ambas campañas se han decantado en las últimas semanas por el estado de Pensilvania como crítico para su victoria.

“¿Qué hace que el estado sea tan importante?”, se pregunta Michael Smerconish, de CNN. “Los demócratas dominan las dos ciudades más grandes, Filadelfia y Pittsburgh, pero entre ellas hay territorios rurales que favorecen a los candidatos republicanos. Y con el tiempo, los suburbios del estado se han vuelto indecisos”.

Ese estado perfectamente equilibrado se inclinó a favor de Biden en 2020 y aseguró su victoria. Harris destinó enormes cantidades de dinero y tiempo en Pensilvania tratando de reunir a todos los votantes que pudo encontrar. Pensilvania es donde Trump fue rozado por una bala, cimentando su imagen de luchador para sus seguidores y, según sugieren las encuestas, dando un impulso a sus atribulados índices de aprobación.

Cada campaña ha trazado muchas combinaciones intrincadas de demografía, geografía, ley electoral y fuerzas terrestres para trazar un camino ganador. Ambos partidos tienen batallones de abogados preparados para los casos judiciales que seguramente estallarán si los resultados son tan reñidos como muchos expertos predicen. Los expertos han analizado las posibilidades hasta la extenuación. Sin embargo, a efectos prácticos, Pensilvania y sus 19 votos electorales harán honor a su nombre de Estado de la Piedra Angular.

Según las encuestas, la contienda está agónicamente reñida, y la propia ley conspira para prolongar el suspense. “La ley estatal de Pensilvania no permite a los funcionarios electorales de nuestros condados empezar a procesar los votos por correo hasta las 7 de la mañana del día de las elecciones”, explica Al Schmidt, secretario de Pensilvania. “Muchos otros estados, rojos y azules por igual, permiten que ese proceso comience con días, si no semanas, de antelación”.

A pesar de todos los esfuerzos por conocer la verdadera naturaleza del electorado de este año y adivinar lo que realmente ocurrirá, Pensilvania comenzó la jornada electoral como una caja negra. Desconocida. Incognoscible. Es uno de los lugares con más probabilidades de arrastrar la decisión final de esta carrera a una eternidad de espera.

Pero eso no es lo que ocurre. A medida que los resultados empiezan a llegar desde Filadelfia, Pittsburgh, Harrisburg, Uniontown, Scranton, Bradford, Erie y más allá, empieza a oírse un estruendo tanto en el bando de Harris como en el de Trump. En pocas horas, se convierte en un terremoto que sacude el famoso muro azul del Partido Demócrata hasta sus cimientos.

A las 2:05 de la madrugada, Pensilvania cae en manos de Trump. Tapper vuelve a la pantalla mirando los resultados de su estado natal y diciendo: “Es un enorme, enorme logro para Donald Trump y una llegada enorme de votos electorales”.

De los más de 7 millones de votos emitidos en Pensilvania, Trump gana a Harris por poco más de 120.000. Pero es suficiente para despejar cualquier duda. En la Universidad de Howard, la multitud está atónita. Álvarez, de CNN, está trabajando al teléfono, enviando correos electrónicos, tratando de obtener alguna reacción del equipo de Harris. Nada.

“La campaña se había quedado prácticamente en silencio”, explica. “No respondían a casi nada. Hablé con una fuente que me dijo que una vez que Pensilvania se decantó claramente por Donald Trump, fue su sentencia”.

Wisconsin estuvo tan reñido que parecía que Harris podría ganar, pero Trump también lo ganó. Luego triunfaría en Michigan.

Los medios de comunicación, sumando los votos electorales, empiezan a anunciar la carrera.

Se acabó.

“¡Mira lo que pasó! ¿Es una locura?”, dice Trump.

Trump está alardeando, radiante, exultante ante una estruendosa multitud MAGA en la madrugada, celebrando lo que muchos consideran la elección de su vida, incluso mientras gran parte de Estados Unidos duerme, muchos inconscientes de lo decisivo que les despertará por la mañana.

Su equipo se había preparado, como todos los demás, para un maratón hasta que se declarara la victoria, pero ahora se encuentran sorprendentemente en la línea de meta. “A eso de las 10 de la noche, 10 u 11, estaban bastante seguros de que habían ganado las elecciones”, dice Holmes, pero el equipo se cuidó delicadamente de que Trump no hiciera ninguna declaración prematura de victoria, como hizo en su derrota de 2020. Holmes dice que le dijeron: “Creemos que puede ganar esto. Vamos a esperar a ver qué pasa”.

Ahora es libre de proclamar su alegría y alivio al mundo y se está rebozando en la adulación.

“Quiero agradecer al pueblo estadounidense el extraordinario honor de haber sido elegido su 47° presidente y su 45° presidente”, dice. “Ha sido un movimiento como nadie había visto antes… y francamente ha sido, creo, el mayor movimiento político de todos los tiempos… y ahora va a alcanzar un nuevo nivel de importancia porque vamos a ayudar a nuestro país a sanar”.

Por primera vez, no solo el Colegio Electoral, sino más estadounidenses lo eligieron a él antes que a cualquier otro para ser presidente de Estados Unidos. “Eso significa todo para él”, dice Holmes basándose en sus años de estar cerca de Trump. “Para él, significa que es el verdadero ganador. Para él, es mucho más importante ganar el voto popular porque dice que gran parte de su ‘instinto’ estaba en lo cierto”.

Acertó en los temas que entusiasmarían a los votantes estadounidenses. Acertó en el planteamiento de sus oponentes.

A sus 78 años, es la persona de más edad en ganar la Casa Blanca, pero baila en el escenario mientras la multitud le aclama. “Ganar el voto popular fue muy bonito”, dice. “Muy bonito, les aseguro”.

La victoria de Trump es decisiva. No solo obligó a su partido a mantenerlo como su abanderado después de que abandonara Washington en desgracia, en 2021, sino que también convenció a una sólida mayoría del Partido Republicano de que, de todos modos, no había perdido nunca en 2020. Se convirtió en el primer republicano en ganar tanto el voto electoral como el popular desde el presidente George W. Bush, hace 20 años. Trump amplió sus márgenes respecto a 2020 y superó a Harris en todos los estados disputados. Lideró la candidatura de su partido al Senado y se mantuvo en la Cámara de Representantes. Atrajo a su redil a miles de estadounidenses negros, morenos y asiáticos, de tendencia típicamente demócrata. Apostó, en contra de los consejos de los profesionales de la política, por su capacidad para encender pasiones entre aquellos con baja propensión a votar y atraerlos a las urnas, y la apuesta le salió bien.

El nuevo presidente electo proclama el poder de su victoria. “¡Estados Unidos nos ha dado un mandato poderoso y sin precedentes!”.

Pero calificar su victoria de aplastante, como hacen tantos aliados de Trump, es ridículamente falso.

Trump recibió poco más de 77,3 millones de votos populares, apenas 1,5 puntos porcentuales más que Harris. Es una de las victorias más anémicas en medio siglo y débil incluso en estos tiempos hiperpartidistas, en los que son habituales las contiendas reñidas. Obtuvo 312 votos electorales, lo que le sitúa en la mitad inferior de todos los ganadores presidenciales, sin duda más que los 306 de Biden, en 2020, pero muy por detrás de Barack Obama, en 2008, con 365 y 2012, con 332. Bill Clinton fue elegido y reelegido con recuentos electorales en torno a los 370. Y el control del Partido Republicano en ambas cámaras del Congreso será muy estrecho, por lo que es potencialmente peligroso políticamente para el partido perseguir agresivamente los aspectos más radicales de la agenda de Trump.

Y vale la pena señalar un punto que puede traer consuelo a los enemigos de Trump: la mayoría de los estadounidenses que votaron en las elecciones presidenciales de 2024 no querían que ganara él. Trump se llevó la mayoría de esos votos de forma clara y justa, pero la mayoría se dividió entre Harris y un puñado de candidatos de terceros partidos. Trump terminó con algo menos del 50% de todos los votos emitidos.

Es innegable que ganó. Pero a pesar de su histórica y notable remontada, una vez más Trump será un presidente minoritario.

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